sábado, 29 de marzo de 2008

Cabañas y Río Buritaca

Después de dos días en medio del desierto, emprendimos el camino hacia Tayrona. Para ello, sumamos las cuatro horas de coche por “pista abierta” (carreteras sin asfaltar) y dos horas normales en un transporte colectivo hasta llegar a las Posadas de San Rafael, que son unas cabañas preciosas conseguidas gracias al “Plan Colombia” (plan del que hablaré cuando haya terminado mi crónica del viaje) y situadas a escasos 500 metros de la entrada principal del Parque Tayrona.



Allí estuvimos 3 noches en las que nos sentimos en el paraíso. Desde las Posadas conocimos parte de la riqueza natural de Colombia, bajando hasta el río Piedra (el único de Colombia que va al revés y todavía no sé qué significa eso), fuimos hasta la desembocadura del río Buritaca y, al día siguiente, Carmen y yo subimos a Pueblito.





martes, 25 de marzo de 2008

Cabo de la Vela

Tras más de 10 días desconectada del mundo bloggero, no me queda otra que actualizar este diario con todo lo que hemos hecho la familia Alemany Morell en Semana Santa.



En esta ocasión, el destino del viaje fue el norte de Colombia: la Guajira, Tayrona y Cartagena de Indias. Tres destinos totalmente diferentes y que demuestran que el país tiene una riqueza natural e histórica enorme.

El sábado 15 cogimos un avión hacia Riohacha, la capital del departamento de la Guajira, allí comimos y nos dirigimos en un 4x4 hacia el Cabo de la Vela. El camino hacia allí es espectacular. Empieza con una vegetación pobre de arbustos y matorrales hasta que desaparece convirtiéndose en un amplio desierto junto al mar. Las carreteras por allí son escasas y durante una buena parte del trayecto fuimos sobre la arena de la playa.



La llegada al Cabo es diferente a la de cualquier otro sitio. Allí ves la inmensidad y te sientes en medio de la nada. Miras hacia un lado y ves mar y, hacia el otro, desierto, algunas cabras y poco más.

En la Guajira habitan los wayúu, los indígenas más numerosos tanto en Colombia como en Venezuela y que cruzan las fronteras sin ningún problema. Es más, en la Guajira, el contrabando de productos venezolanos está a la orden del día y nadie pone freno a las gasolineras ilegales que te llenan el depósito con bidones y mangueras, o a los mercados en los que el ketchup llega en botes enormes desde el país vecino.




En el Cabo nos quedamos dos noches en una cabaña sobre la playa, sin más pared que unas cañas por las que entraba arena y bichos. Pero la sensación de estar allí es como la de estar en un paraíso de hace décadas. En toda la zona no hay más luz que la que da la planta eléctrica entre las 6 y las 10 de la noche, por lo que a esa hora prácticamente ya dormíamos y amanecíamos temprano viendo el mar.




La zona es un destino muy apreciado por los amantes de los deportes náuticos que precisen viento, pero a nosotros nos impresionó por sus playas de arena desértica, prácticamente vacías, por el pescado, la langosta y los camarones que comimos (después de casi 6 meses en Colombia he agradecido una semana entera comiendo pescado).



Después de esas dos noches, otras 4 horas de coche hasta Riohacha, comida, compra de un bolso típico y otras 2 horas en colectivo hacia la zona de Tayrona.

miércoles, 12 de marzo de 2008

Invierno y verano

Una que nació el 20 de febrero cuando Mallorca se cubría de blanco y el frío helaba las calles, adora el invierno. Le gusta ponerse abrigos gruesos, bufandas, jersey de cuello vuelto y hasta meterse en la cama con las sábanas frías. A esta misma, que es de isla, le gusta el verano. Adora ir a pescar por las tardes con su madre, su abuela y tía Carmen y tía Lourdes. Acepta los 40 grados con resignación, y hasta sale más de noche por Mar Salada y por las verbenas de los pueblos en busca de una diversión a la que no le ve interés durante el invierno. Pero, esta una, no está acostumbrada a los otoños y primaveras. La lluvia le cambia el humor y considera que los días grises son para quedarse en la cama con un buen libro.

Esta una ha terminado en una ciudad en la que, ni hay invierno ni hay verano. Sólo se conoce el otoño y algunas temporadas de primavera en la que el sol pica pero la ropa es la misma que en el supuesto otoño. Esta mallorquina en la otra punta del mundo lleva 5 meses vistiendo la misma ropa, calzando los mismos zapatos y paseando los mismos bolsos. Esta una viaja en busca de otros climas para que le suban el ánimo y se ha convertido en una vampiresa del sol.

Esta una quiere ver como los árboles cambian las hojas y como en los parterres de la ciudad se plantan diferentes plantas que vayan más acorde con la estación que toca, que lleguen las golondrinas y que toda la flora y la fauna informe del paso del tiempo. Sin estaciones, sin cambios en las calles y en el vestir, todos los días se hacen iguales. Lo sé, Alberto, una ciudad gris por la nieve sucia es un horror, igual que lo será el verano infernal que vas a pasar. Pero, hay cambios y, con ellos, verás diferente la ciudad y a la gente. Aquí, eso no pasará. Aquí todo será siempre igual.

lunes, 10 de marzo de 2008

Villa de Leyva

La “family” ya está en Bogotá. Llegaron el pasado martes por la noche y, después de dar vueltas por la ciudad solos el miércoles y jueves, el viernes nos fuimos todos juntos a Villa de Leyva.



Este pueblecito situado a 4 horas en bus de Bogotá conserva todo el encanto de las villas coloniales, con calles empedradas, casas blancas de tejados a dos aguas, balcones verdes y tranquilidad total. Allí hay poco que hacer, y en unas horas se ve todo el pueblo, todos los museos y las iglesias. Pero, alquilando un taxi, a caballo o en chiva, se pueden visitar otras poblaciones y otros puntos de interés de la zona.



Así que, el sábado por la mañana, después de visitar el mercado (creo que éramos los únicos extranjeros allí), pedimos un taxi y nos fuimos de ruta por la zona.




La primera parada fue en Pozos Azules, unas balsas de agua en medio del desierto que nunca se secan y que tienen unos colores vivos entre azul y verde producidos por los minerales que tienen.





Tras un paseíto y 5 minutos más en taxi, llegamos al fósil, un pequeño museo en el que se pueden contemplar diferentes fósiles encontrados por la zona, entre los que destaca un kronosaurio de 20 metros de largo y antepasado de los cocodrilos actuales. Es llamativo ver como el área en la que se encuentran estos fósiles era fondo marino hace cientos de millones de años y, ahora, forma parte de la cordillera andina y está a más de 2500 metros de altitud.




La tercera visita fue en el “Infiernito”, un centro astronómico de los Muiscas (cultura indígena colombiana que habitó la zona desde el siglo VI a.C hasta la conquista española). Situados en el jardín del centro de investigación, pueden observarse fragmentos del observatorio y monolitos fálicos de todos los tamaños erigidos como símbolo de la fecundidad.




Para terminar el recorrido, nos fuimos al pueblo artesanal por excelencia: Ráquira. Allí, sus calles sólo tienen tiendas con artesanías típicas de Colombia, principalmente piezas de arcilla, bolsos, hamacas y móviles de techo. Carmen y yo nos compramos una hamaca cada una para las terracitas de nuestras casas y volvimos al taxi.




Por último, antes de volver a Villa de Leyva, paramos a comer en un sitio típico de fritanga, donde nos dieron papa criolla, longaniza, carne, chicharrón, yuca, plátano y no sé qué cosas más.


Todo, y cuatro bebidas, por el módico precio de 2,5 euros por cabeza.

Hoy, se han ido a Medellín hasta el jueves, y el sábado retomaremos nuestros viajes por Colombia yendo a la parte norte del país: Guajira, Tayrona y Cartagena.

martes, 4 de marzo de 2008

La semana perfecta


Es triste volver a casa después de un viaje. Es muy triste pensar que te vas de un lugar para, muy posiblemente, no volver jamás. Y, ésta, es un poco la sensación que tengo ahora mismo. Me voy de Honolulu para volver a mi pseudovida colombiana en la que sobrevivo gracias a mis escapadas fuera de Bogotá. Esta vez, cierto es que la vuelta es diferente porque la familia se planta aquí durante casi un mes, pero sigue costando.


Esta semana en tierras hawaianas ha sido muy muy buena. Es más, ahora, si fuera un sim tendría la barra de felicidad llena y es que, aquí, por primera vez en muchos meses no me he sentido sola en ningún momento.


Carlos ha sido el perfecto anfitrión, y estos días de "luna de miel" sin rozarnos se han pasado rapidísimos.



Al principio, cuando decidí que iba a hacer el viaje, me asustaba un poco la idea de pasarme una semana entera con alguien con quien sólo había compartido horas. Ahora, tras la experiencia de hablar y escuchar sin cansarme ni un solo instante, puedo decir sin dudar que ha merecido la pena.


Carlos, como ya le he dicho mil veces, es guapo por dentro y por fuera (nines, feis via, que encara és fadrí) y, pese a que el sitio ha ayudado a hacer la semana más perfecta si se podía, creo que hubiera sido igual de buena en el sitio más feo del mundo.


Ahora sí que puedo decir que eres el amigo que quiero a mi lado muuuuuucho tiempo.


lunes, 3 de marzo de 2008

Hanauma Bay

Para terminar mi estancia en Hawaii, no podía faltar un día de playa. Es un poco raro pensar que me he pasado una semana en un archipiélago conocido por sus playas paradisiacas y sólo he ido un día. Pero, la verdad, es que hemos hecho tantas cosas diferentes, he visto tantos paisajes nuevos que no ha sido necesario pasar tiempo tirada en una playa tostándome al sol.

Como último día, Carlos, Christie, Collen y yo nos hemos ido hacia Hanauma Bay, una reserva natural situada en una bahía-cráter muy cercana a Honolulu.





Allí, tras pagar 5 dólares por cabeza para entrar, ver un vídeo sobre la bahía, la fauna y flora del mar y lo que se puede y no hacer, hemos alquilado unas caretas y patos y nos hemos adentrado en el Pacífico para nadar entre peces de colores.



Esta era para mí la segunda vez que entraba al Pacífico. La primera fue en Mazatlán, con María Ferragut hace ya 3 años. Pero, en esa ocasión, sólo metí hasta la cintura. Aquí no ha sido así. Durante más de una hora hemos buceado cerca de la orilla y en el arrecife donde viven peces amarillos, azules, rojos, lilas. Algunos son gordos, otros planos, he visto uno largo como una aguja de tejer y, en definitiva, nos hemos metido dentro de un documental de vida marina muy interesante.

A la vuelta de la playa, nos hemos parado a comer unas de las mejores hamburguesas estadounidenses (sí mamà, he menjat fatal tots els díes), en otro view point y en una cafetería tipo Starbucks.



Y, como ayer, me he despedido de la ciudad viéndola desde lo alto, divisando Diamond Head por la izquierda, el skyline lleno de rascacielos en el centro y el aeropuerto y la Pearl Harbour por la derecha.






Poco antes de las 22:00 horas, cuando Collen ha pasado por el aeropuerto a recoger a Carlos, ha terminado mi semana hawaiana y, con una pena tremenda cojo el avión hacia Bogotá, hacia mi actual vida y donde, el martes, se instalará mi familia durante casi un mes.

Honolulu II


El viernes era mi último día entero en Hawaii y me atreví a descubrir sola diferentes partes de Honolulu mientras Carlos trabajaba un poco. Después de comer juntos en el campus universitario, cogí el bus y me fui a ver el Museo Bishop. Esta instalación, dividida en diferentes edificios, contiene la colección de arte polinésico más importante del mundo. Allí se engloba no sólo la historia y cultura hawaiana, sino toda la de la Polinesia. Desde Nueva Zelanda, la Isla de Pascua o el archipiélago de Hawai, que supone la frontera norte de la Polinesia.



El museo, en cuanto a colección, es bastante asequible para el visitante. En poco más de una hora se puede ver el planetario, la sala de estrellas del deporte, el edificio de cultura polinésica y las dos exposiciones temporales que había en el momento, una sobre el legado para Hawaii de Bernice Pauahi Bishop y otra científica para niños.



La vista desde las instalaciones museísticas también son muy agradables y puedes sentarte un rato en el césped viendo parte de la ciudad. La pega que le veo al Bishop es que está un poco apartado del centro y la entrada es cara, 15 dólares.

Al terminar mi jornada cultural, tocó alquilar un coche y, en ese momento, empezaron los problemas. Me perdí por la ciudad, llegué al rent a car cuando ya estaba cerrado y tuve que ir a por el coche al aeropuerto. Llegar de allí al campus fue perfecto, y eso que yo iba bastante nerviosa por ser la primera vez que cogía un coche fuera de Mallorca yo sola. Pero, una vez en la Universidad no fui capaz de encontrar el edificio donde trabaja Carlos y me pasé una hora dando vueltas inútilmente porque, al llegar, Carlos ya se había ido a casa pensando que sería más fácil para mí encontrarle allí.



Para terminar el día, y para disfrutar de mi última noche en tierras hawaianas, fuimos al cine y a ver Honolulu desde una cima cercana a su casa.

281 millas en 7 horas


Esta isleña mallorquina no está acostumbrada a hacer muchos kilómetros en coche y, mucho menos, siendo yo la que conduce. Pero, esta discapacidad inicial mía ha pasado a la historia.

Nuestro último día en Big Island decidimos ver todo lo que nos faltaba dándole la vuelta en coche. Primero fuimos a ver una zona de acantilados con vegetación frondosa, playas negras y ríos. Allí, en Kohala Coast bajamos por un caminito de tierra hasta una playa desierta, con olas grandes y en la que estuvimos un rato paseando. Esa zona es muy parecida a la que sale al inicio de Jurassic Park cuando el helicóptero entra en la isla de los dinosaurios. Aunque ese paisaje de la película de Spielberg se rodó en otra isla, podrían servir estos escenarios naturales perfectamente.




Tras conducir dos horas, bajada y subida a la playa de algo más de media hora y un almuerzo rápido en el parque del pueblo ante la mirada de Kamehameha I, el primer rey de Hawaii, volvemos a la carretera.







El tiempo apremia porque a las 6 tenemos que estar en el aeropuerto. Pero, en poco más de 3 horas, conseguimos nuestro objetivo y todavía nos sobra un poco de tiempo.
En esta particular vuelta pasamos por zonas en las que llueve, por niebla y por sol. Además, vemos otro de los escenarios hollywoodienses actuales, uno de los embarcaderos de Lost y, por lo que me dice Carlos, esta serie se rueda en gran parte en estas islas.




Después de dar la vuelta, yo ya me he quitado de encima casi todos mis miedos automovilísticos. Primero, fui capaz de manejar un coche automático sin demasiados problemas (Carlos, aquí dejo que opines lo que quieras) y he establecido un gran récord en mi vida “conductiva”: 281 millas (452 kilómetros) en 7 horas yo sola porque Carlos se dejó el carné en Honolulu…