lunes, 19 de noviembre de 2007

A las mujeres emigrantes

Ayer, leyendo el Diario de Mallorca encontré un reportaje muy bueno e interesante. Para los que estamos en zonas "emisoras" de inmigrantes, puede ser muy útil y más, cuando la mayoría de la gente te pregunta si puedes ayudarle a conseguir la visa para ir a España.

La verdad es que duele ver como la gente es capaz de dejarlo todo por "el sueño europeo" y que, en muchísimos casos, ese sueño es una auténtica pesadilla.

Por casa de mi abuela han pasado muchas mujeres suramericanas, principalmente bolivianas y, lo que sacas al hablar con ellas es una nostalgia y tristeza por todo lo que dejaron en su país. Cierto es que en estas latitudes la vida es difícil y los trabajos están mal pagados. Ahora bien, la mayoría de las mujeres que se hipotecan para emprender el viaje y dejan aquí a unos hijos al cuidado de otros familiares, al menos tenían eso, una casa y una familia. Pero, al llegar a Europa se encuentran solas, viviendo en pisos compartidos o como internas en casas extrañas en las que se les exige hacer las cosas "como toca".

Vivir fuera de tu país es complicado y cuesta adaptarse. En mi caso, tengo la suerte de hacerlo con un sueldo bueno y en un país de renta inferior a la española, por lo que el nivel de vida que puedo llevar aquí es algo más alto que el de Palma (aunque en Palma no tenía que pagar alquiler). Pero piensas en lo que tiene que ser irte fuera, sin trabajo o con trabajos muy mal pagados y eso, casi de esclavos y tiene que ser durísimo.

Hoy, este post va por todas esas personas que deciden dejarlo todo y aventurarse para conseguir una vida mejor. Va por las inmigrantes de estas regiones que, en su día, acogieron a los españoles y que nos siguen acogiendo con cariño.

Esclavas del siglo XXI

MAR FERRAGUT. PALMA. El escritor uruguayo Eduardo Galeano hablaba en ´El libro de los abrazos´ de una raza particular de seres humanos: los nadies, los hijos de nadie, los dueños de nada, los ningunos, los ninguneados... Los inmigrantes que viven en nuestro país de forma irregular forman parte de esta estirpe de los ´nadies´, aquellos que, como escribe Galeano, no son tratados como seres humanos sino como recursos humanos, con los que muchas veces los patrones hacen lo que quieren, ignorando sus derechos como trabajadores, y como personas, con una total impunidad. El ámbito del servicio doméstico está lleno de casos así, historias que hacen pensar inevitablemente en una nueva forma de esclavitud.Esa es la sensación que tiene Elizabeth R. Esta mujer llegó de Venezuela hace siete meses con su hijo de 13 años y desde entonces intentando salir adelante con trabajos esporádicos como empleada de hogar: "La esclavitud sigue siendo la misma que en los tiempos de la conquista de América", dice, "y lo peor es que no te puedes quejar". A los pocos meses de llegar se llevó una gran decepción por el trato que recibió, tanto laboral como personal, y sólo pensaba en volver a su tierra. "Creía que la gente era mejor acá", dice. Ahora ya ha asumido que no puede permitirse comprar el billete de vuelta y está intentando mentalizarse de su nueva vida aquí. El cambio es considerable, ya que Elizabeth, licenciada en contabilidad y finanzas y ex trabajadora de una marca de cosméticos, ha pasado de tener una casa y moverse en coche con chófer, a trabajar de rodillas limpiando en una obra: "Tengo que asimilarlo: empiezo de cero, ahora aquí no tengo nada", explica.Ha pasado por todo tipo de experiencias laborales, con poca o ninguna suerte. Durante una semana, ocho horas al día, trabajó limpiando el suelo de un edificio en obras con distintas sustancias químicas y sin guantes. Hoy, dos meses después, las cicatrices de sus rodillas siguen ahí y aún no le han pagado, algo que ya, resignada, no espera que suceda. La cuestión va más allá de la humildad o las falsas pretensiones: "Yo no pido que me echen flores, ni que toquen el violín mientras trabajo", ironiza, "sólo exijo que me respeten y que me paguen", añade. Para ella "el trabajo duro no es problema", siempre que "se me trate con respeto, como a un ser humano".Jannet es de Bolivia y llegó a la isla un poco antes que su amiga Elizabeth. Es enfermera, pero desde su llegada sólo ha trabajado en distintas casas limpiando o cuidando ancianos. Ahora ha conseguido un trabajo atendiendo un locutorio y está contenta con su recién estrenada estabilidad, pero explica que también lo ha pasado muy mal. "Se aprovechan de que no tienes papeles", apunta, "y hacen lo que quieren". Ella también está "esperando" desde verano a que le paguen el trabajo de dos semanas. "Es un dinero con el que yo ya contaba y ya no espero", se lamenta.El trato personal que reciben en muchas ocasiones estas mujeres son otra muestra de que el racismo y el clasismo existe en una parte de la sociedad española. Elizabeth lo ha notado varias veces, en el trabajo y en su vida cotidiana. Cuenta que en una ocasión entró con un amigo español en un restaurante y pudo oír claramente a una mujer que decía "mira, otra india que ha venido a quitarle el marido a una española". Ante comentarios así, es difícil aguantarse las lágrimas y la rabia. "Nos tratan de indios y de ignorantes", dice Jannet. Susana Pereira, que lleva dos años residiendo en España de forma irregular, cuenta que ese desdén muchas veces se nota ya en las entrevistas de trabajo donde "te tratan como un forajido". Susana explica que en esos encuentros "te hacen todo tipo de preguntas personales" y que "en ocasiones sólo les falta ladrarte". Esta mujer brasileño-uruguaya ha escuchado comentarios de todos los colores, como generalizaciones del tipo "porque ustedes vienen así y son unos irresponsables" o reproches como "esto es una empresa seria, ¿qué se cree?", cuando en ningún momento ha dejado de cumplir con su labor. Otra acusación que planea siempre sobre estos trabajadores es la de ladrones. "Siempre que falta algo en la casa, hemos sido nosotros", explica Jannet. Cuenta el caso de su amiga Marga, que trabajaba limpiando en una casa y que sus empleadores, llegado el momento de pagarle, le acusaron de haber robado el sobre que contenía precisamente el dinero de su sueldo. "Al final, le acusaron de ladrona, no le pagaron y la despidieron", dice Jannet. Susana y Elizabeth han vivido situaciones similares. A ésta última la responsabilizaron incluso de que desaparecieran cosas de la nevera. Una práctica habitual en este tipo de negocio, es el de ir aumentando progresivamente el trabajo pactado, mientras el salario se mantiene exactamente igual, como le sucedió a Elizabeth, que fue contratada hace unos meses para limpiar una casa en el campo y al final tuvo que hacerse cargo además de las tareas de una granja, como limpiar a los perros o recoger los huevos del corral.Algunos empresarios deciden sacar, a costa del desconocimiento, y en muchos casos la desesperación, de los recién llegados para obtener ´beneficios extras´ mediante actividades que, si bien no llegan a ser ilegales, rozan la estafa. Es el caso, por ejemplo de esas empresas de servicio doméstico que exigen el pago de precios abusivos, de hasta 500 euros según informan desde la Federación de Asociaciones de Inmigrantes, sólo por facilitar información de ofertas laborales, algunas incluso copiadas directamente del diario, sin asegurar en ningún caso un puesto de trabajo ni el cumplimiento de las condiciones pactadas.A través de esta agencia, Jannet acordó un trabajo por ocho euros la hora, trabajando ocho horas diarias. A las dos semanas, cuando finalizó el contrato, le pagaron sólo cinco euros la hora. ¿Protestar? Jannet prefirió callarse y aceptar, "por si acaso al final no me pagaban". Susana cuenta que ella sufrió otro tipo de engaño cuando llamó a un anuncio de un periódico, en teoría para trabajar, y la tuvieron esperando más de 50 minutos al teléfono. Luego descubrió que los números que empiezan por 807, son de pago y tembló ante la factura que se avecinaba, y además, para nada.La frialdad de algunos empleadores, que se aprovechan de los más vulnerables, pone los pelos de punta, como el caso que cuenta Susana, de una mujer que buscaba a a una chica de entre 17 y 23 años para limpiar. El sueldo que ofrecían era ridículo: 2,25 euros la hora. Elizabeth ha asumido que tiene que quedarse aquí, aunque no quiera por las malas experiencias vividas. Lleva más de seis meses buscando un trabajo que le permita mantenerse y la última propuesta de la agencia le da risa: "500 euros al mes por cuidar a una señora mayor, interna y con cuatro horas libres a la semana". En realidad Elizabeth ríe por no llorar: "sólo quiero trabajo y respeto".

1 comentario:

Eva dijo...

Es muy triste que sucedan estas cosas, pero son reales..
Aquí lo normal es que al hablar con cualquier persona tengan un familiar en España y dicen que les va bien, aunque a saber si realmente les va tan bien. Y muchos si pudieran, ya se habrían ido para allá. No hay más que ver las colas delante del consulado todos los días.
Y sin embargo, te vas encontrando con gente que está regresando ya para acá...
Al menos a mi no me piden que les saque el visado, aunque todo se andará tal y como están las cosas.

Un beso muy gordo desde Ecuador