viernes, 22 de agosto de 2008

El síndrome Infanta Elena

El "síndrome Infanta Elena" es un estado emocional pasajero que se da cada cuatro años en individuos con una sensibilidad olímpica especial. Suele comenzar en la gala inaugural y termina con el apagado del pebetero olímpico. Para los españoles, el instante en el que el abanderado nacional pisa el estadio o el momento de encendido de la llama son claves para que se manifieste este síndrome diagnosticado en Barcelona’92 al hacerse famosa internacionalmente la imagen de la Infanta Elena llorando a moco tendido mientras su hermano, el Príncipe Felipe hacía su aparición sobre Montjuic.

Los síntomas que caracterizan esta afección son la lágrima fácil, la piel de gallina (o la gallina en piel, como diría Johan Cruyff), los escalofríos de emoción y la alegría o pena extrema ante estímulos de todo tipo y ante cualquier deporte, deportista o momento significativo que se dé durante los 20 días de competición.



Al ser pasajero, no precisa medicación, ni terapia especial. Es más, se recomienda sacar todas esas emociones que el mundo deportivo nos provoca.
No es contagioso, pero sí puede influir en él la genética y ser más patente entre familiares que padezcan adicción a las retransmisiones deportivas. En este último caso, pueden infectarse del síndrome hacia un deporte miembros que lo tienen hacia otro. Por ejemplo, puede darse un episodio de "síndrome Infanta Elena" durante la retransmisión de una entrega de medallas de ciclismo a un afectado principalmente en gimnasia.

Aunque normalmente es un síndrome que se manifiesta cada cuatro años y en un período de tiempo concentrado entre la inauguración y la clausura de los Juegos, está latente durante el período entre olimpiadas. Por este motivo, es fácil que los afectados por el "síndrome Infanta Elena" tengan episodios esporádicos de su enfermedad viendo otros acontecimientos deportivos ajenos a los Juegos.
Los individuos que no padecen, ni han padecido nunca un síndrome parecido, pueden considerarlo como un período de locura pasajera de sus conocidos y familiares. El hecho de que se cambie el horario del sueño y de la vida de los afectados para poder ver las retransmisiones televisivas en directo; el mero hecho de pensar cuando se enciende la llama que se va a ahorrar durante los próximos cuatro años para estar en la siguiente cita olímpica, o el dejar de lado la vida social para ver cualquier deporte que nunca antes se había visto, simplemente por el hecho de que un español opte a medalla, son también síntomas claros de la afección. Pero, como he diagnosticado antes, no es un síndrome grave ni supone un riesgo añadido para la salud.
De momento, aquí seguiremos con el síndrome en su estado más álgido, a la espera de las nuevas medallas que llegarán para la delegación española y con la idea de ahorrar lo posible y lo imposible para poder estar en Londres 2012, a ser posible con otras dos afectadas al 100%, mis hermanas Carmen y Margarita.

1 comentario:

amaranta dijo...

Mira que no me he enterado de nada de las olimpiadas desde aquí, pero cómo me he reído con tu post!!
Un besote!