La gente celebra aniversarios por cualquier cosa. Así que hoy celebraré que ya llevamos en Bogotá cuatro meses. En este tiempo, el miedo inicial ha dado paso a una adaptación, a considerar la ciudad como parte de mí y a verla ya como otra de “mis ciudades”. Hasta ahora tenía tres. Todas en Europa: Palma, Madrid y Roma. Ahora ya puedo sumar esta que, pese a ser agresiva en todo y con todos, ya es un poco mi casa.
En el caso de Bogotá no me pasa como con las otras tres. Sé que estoy aquí de paso. En principio un año, pero puede que algo menos. Tengo ganas de volver a Mallorca y trabajar allí de lo que me gusta, de pasarme el día arriba y abajo entre una entrevista, una rueda de prensa, un reportaje o una fiesta. Quiero asentarme. Pero, de momento, voy a disfrutar la experiencia de vivir por aquí y de poder viajar por la zona.
La capital colombiana nos recibió el 5 de octubre con lluvia y no cambió el tiempo hasta hace unas semanas. Ahora, los días son más largos y hemos pasado del eterno otoño a la eterna primavera. Esa puede ser una de las razones por las que estoy más contenta porque, como bien saben en casa, a mí la lluvia me chafa y me pone muy triste. Cuando veo el sol y el cielo azul, mi carácter se calma, soy más productiva y aprovecho todo mucho más.
Siguen sorprendiendo cosas de la vida diaria: los baños para liliputienses o del mismo tamaño que los del parvulario del Sagrado Corazón, las calles peligrosas, el no poder tirar el papel al inodoro o el tener que ir a pagar todas las facturas al banco (por cierto, hoy tengo que pagar el teléfono). Pero, a la vez, voy descubriendo pequeños rinconcitos que me gustan. Es más, sé que estoy a un paso de descubrir mi “fontana” delante del Panteón donde sentarme con un helado y no pensar en nada más.
Hoy sabré qué pasa con mi vida, al menos qué haré los próximos dos meses. Ahora entran los miedos y las dudas sobre lo que tengo que hacer o lo que puede pasar. Esperaremos unas horas más…
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