sábado, 2 de febrero de 2008

El Museo Nacional




Hay sitios que una descubre por sorpresa y que alegran el día. Hoy he descubierto uno de esos lugares: el Museo Nacional.
Todo ha empezado cuando he ido a la plaza de toros a comprar unas entradas para la corrida de rejones del domingo (Chispi, no pienses “ya la hemos liado” porque los rejones no me dan miedo). El taxi que me llevaba ha pasado por delante de un edificio muy bonito, tipo fortaleza que ha resultado ser el museo. Así que he comprado las entradas y una bota para poder llevar algo de beber, he comido algo y me he ido para allá.

El edificio del museo es una antigua cárcel. Grande pero con el tamaño y las obras suficientes para hacerse una idea de la historia del país sin cansarse en exceso. Una construcción empezada en 1850 y reconvertida en la sede de la colección nacional durante el primer cuarto de siglo XX.


La entrada es barata (3.000 pesos, poco más de 1 euro) y he decidido ver cronológicamente el arte de Nueva Granada, que es el nombre que recibió Colombia entre la conquista y la independencia conseguida con Simón Bolívar. Tras visitar la sala de culturas preconquista he encontrado a un guía que explicaba gratuitamente a quien quisiera escuchar un poco de todo sobre el edificio, las obras y la historia de Colombia y me he enganchado al grupo.



En la sala de conquistadores, y tras preguntar si había algún español en el grupo, he ayudado un poco a contar la situación española en 1492 y se me ha hecho tan raro ver la historia que siempre hemos dado desde el otro lado que me he avergonzado, otra vez, de nuestros antepasados. En España se nos explica que Cristóbal Colón consiguió convencer a los Reyes Católicos para emprender unos viajes en busca de las Indias yendo hacia el Oeste. No se cuenta las barbaridades que cometieron en los nuevos territorios. Nadie explica que los pocos españoles que conseguían sobrevivir de cada expedición creaban ciudades (no como los portugueses que ocupaban las ya existentes) para, desde allí, centralizar el poder y dominar todo el país. Se obvia contar que fuimos los auténticos bárbaros en tierras prósperas y con civilizaciones interesantísimas. Y celebrábamos en el colegio el 12 de octubre haciendo carabelas en cáscara de nuez o en madalenas valencianas que, al bajar del bus y enseñárselas a mamá, nos comíamos para merendar.



Realmente ha sido un paseo de dos horas por la Colombia de los primeros pobladores comerciantes del 900 a.C hasta la actualidad y de pensar que mis “remansos de paz” en esta ciudad se encuentran dentro de los museos, en sitios con poca gente y lo más silenciosos posibles.

Además, aunque estas visitas me gusta hacerlas sola, daría lo que fuera para que Luis me acompañara en alguno de estos museos y me contara todo lo que sabe sobre todo. Aquí, si algo me hace falta es un “amigo cultural”, alguien con quien me entienda a la hora de visitar monumentos, iglesias, museos. Alguien que entienda mi necesidad de entrar en la Historia por medio de lo que nos ha dejado y de disfrutar de unos fines de semana perdidos en cualquier lugar. El año pasado tuve la grandísima suerte de encontrar a Luis y aquí me hace mucha falta. Pero bueno, si las cosas no cambian, en marzo podré suplir este vacío con mis padres y Carmen, con los que ya sé el ritmo que podemos llevar y lo que les gustará. Es un paso.


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