Pues bien, el encanto de Cartagena reside en esas edificaciones militares, pero también en las numerosas iglesias, museos y casas preciosas que llenan el casco antiguo.
Al llegar a la ciudad y ver la arquitectura, las callejuelas de colores, los balcones con flores, los patios con su sonido de agua constante te remite a las ciudades andaluzas. Como yo estuve en Cádiz en verano, me dio la sensación de estar en una segunda ciudad gaditana, pero con su personalidad, con su carácter caribeño y sus gentes amables.
Durante cuatro días no hicimos otra cosa que pasear, perdernos por las calles cartageneras, decir “no gracias, no quiero nada” a los miles de vendedores ambulantes y disfrutar del clima caliente pero con su brisa que hacía el sol llevadero.
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