En casa si hay un día de mi madre es el día de Reyes. Para ella, el 6 de enero es el día de la ilusión en estado puro. Incluso ahora que Carmen y yo somos mayores, sigue queriendo tenernos en casa ese día y, a ser posible, durmiendo allí y yendo a abrir la sala los cuatro juntos en pijama.
Para mi padre, además de la Semana Santa en la que es el “líder” del grupo que recorre calles y calles detrás de los pasos grandes, su otro día es Sant Jordi.
Yo recuerdo los 23 de abril como el día en que llegábamos del colegio y nos íbamos los cuatro a pasear por Palma buscando el libro que nos iba a regalar papá. Nuestra suerte es que, en casa, al contrario de lo que manda la tradición catalana (adoptada en esta ocasión), a las tres nos toca una rosa y un libro. Daba igual el libro porque ese día podíamos elegir el que quisiéramos. Durante años, cada Sant Jordi nos compraban libros de manualidades, de cómo hacer regalos, de gimnasia o de casitas de muñecas, los que nosotras elegíamos, sin restricciones. También cayeron muchos de Enid Blyton para mí y otros de Celia para Carmen. Normalmente, y no sé por qué, estos libros eran del puesto de la Plaza de Cort donde, enfrente del Ayuntamiento había (ahora hace años que no voy) una mesa que ocupaba toda la fachada principal.
El día del libro, en el que se conmemora el fallecimiento de Shakesperare y de Cervantes, muertos el mismo día 23 de abril de 1616, es una fecha en la que media Palma sale a la calle y eso significa que, si vamos los cuatro, no podemos avanzar en muchos sitios de la ciudad.
Me gusta, en estas celebraciones, ir por las calles y pararte a saludar a uno y a otro. Es agradable, también, que la gente te vaya mostrando sus adquisiciones de nuevas obras y es entretenido ver como mi padre ni mira de reojo ninguno de los “best sellers” expuestos en la primera fila de todos los puestos. Él se decanta por las últimas publicaciones locales. Le atraen las biografías de personajes mallorquines, las investigaciones sobre defensas militares y los libros que sólo cuatro como él leen. Eso sí, este año yo le he pedido uno de esos libros: Contraban, República i guerra de Pere Ferrer Guasp. La suerte, que sé que es más fácil que me regale este que el último de Carlos Ruiz Zafón. Es lo que tiene tener un padre así y es, sin duda, una suerte enorme.
Aprovechando que hablo del día del libro y de mi padre, no puedo olvidarme de mi abuelo Luis. La verdad es que no me acuerdo mucho de él porque murió cuando yo tenía sólo 2 años. Es más, los pocos recuerdos que tengo, como lo de que en Semana Santa nos daba “chupa tres días” menorquines a todos los nietos, o que yo era capaz de señalar el Bover, su libro de cabecera en la biblioteca no sé si son míos o si son adquiridos al escuchar tantas veces las mismas historias. Eso sí, ahora, que se celebran los 25 años de su desaparición con una pequeña exposición en la biblioteca pública, me llena de orgullo ser su nieta y ser consciente del legado que dejó en Mallorca. Además, me da rabia no poderle agradecer nunca lo mucho que me ha servido su trabajo para mi tesina final de carrera, para hacer otros trabajos sobre Mallorca o, simplemente, para curiosear sobre las distintas publicaciones periódicas que coleccionó.
Tengo ganas de saber más sobre él y sobre su trabajo y puede que este año me decida a hacer lo que hace años que me ronda por la cabeza: escribir su biografía. A ver si al llegar a Palma hablo con mi padre y con mi abuela y vemos si es viable.
Por cierto, dejo el artículo del Ultima Hora del lunes sobre la exposición. Esto, Rosita, sé que te gustará y que lo leerás encantada desde Montevideo.
2 comentarios:
Qué chula la historia, Lluc¡¡
Esa tradición nosotros no la tenemos (y eso que soy hijo de librero).
Un abrazo desde Madrid¡¡¡
Maria maria, nos ha encantado tu artículo, enseñaremos a nuestros hijos cómo encontrar el bover.
Tia Luisa & Lilas
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